Hay patologías cuyo tratamiento provoca una frustración reiterada en paciente y médico, ya que no conseguimos resultados satisfactorios pese al empleo de diversas estrategias terapéuticas. Entre ellas se encuentran las patologías crónicas por sobrecarga, como la epicondilitis.
Para tratar la epicondilitis hemos empleado tradicionalmente una “escala terapéutica”, desde las técnicas menos agresivas hasta la cirugía: antiinflamatorios, fisioterapia, infiltraciones de corticoides y finalmente cirugia. Más recientemente se emplean variantes de estos tratamientos: ondas de choque, infiltraciones de factores de crecimiento, infiltraciones de toxina botulínica,… siempre con la sensación de que el porcentaje de éxito que obtenemos con cualquiera de estas técnicas es limitado, y muchas veces nos hemos de limitar a enseñar al paciente a convivir con molestias de mayor o menor intensidad, alternando mejorías con recaídas. El problema real está muchas veces en el tipo de actividad que provoca esta sobrecarga crónica y que, de continuar el paciente realizándola, hará inútil los esfuerzos terapéuticos (y no siempre es fácil eliminar o modificar esta actividad).
El artículo que comentaremos hoy, publicado en JAMA, afirma que ni las infiltraciones de corticoides ni la fisioterapia ofrecen beneficios a largo plazo en el tratamiento de los pacientes con epicondilitis.
Investigadores australianos asignaron de manera aleatorizada a 165 pacientes con epicondilitis unilateral a dos grupos, uno de los cuales recibió tratamiento mediante una infiltración con corticosteroide y anestésico local. El segundo grupo recibió una infiltración con placebo (suelo salino). Cada grupo, a su vez, se subdividió en otros dos, a los que se asignó tratamiento de fisioterapia (8 sesiones de 30 minutos a lo largo de 8 semanas) o no. La adherencia y seguimiento de los pacientes a los tratamientos asignados fue casi completa.
Los resultados de curación completa o gran mejoría al año del tratamiento eran superiores para el placebo que para la inyección de corticosteroides (96% vs 83%), con o sin fisioterapia. La probabilidad de este buen resultado a largo plazo fue similar con o sin fisioterapia para ambos grupos, con o sin corticosteroide. A las 4 semanas, los participantes que no habían recibido fisioterapia mostraron mayor grado de mejoría si habían recibido la infiltración de corticosteroides que el placebo; y los que habían recibido el corticosteroide mejoraron más si recibían fisioterapia que sin fisioterapia. Estas diferencias desaparecieron o se revirtieron a las 26 semanas.
Este estudio muestra que ni las infiltraciones de corticoides ni la fisioterapia son beneficiosas para el manejo de la epicondilitis a largo plazo. La mayoría de los pacientes del estudio (90%) se recuperaron al año independientemente del tratamiento. Dado que el dolor y la disfunción en la epicondilitis está causada por desorganización de la matriz de colágeno y disrupción vascular, y no por inflamación, el hecho de que las infiltraciones de corticoides no muestren beneficio a largo plazo no es sorprendente.
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